Enseñar no es una actividad transmisiva, no se envía "conocimiento" de un lado a otro de la clase. Más bien es una actividad argumentativa en la cual el docente busca persuadir y convencer a su alumnado para que establezcan vínculos, descubran, cooperen, imaginen o analicen distintos aspectos de la realidad. El discurso del docente en el aula es, básicamente, una argumentación.
Afirma Anna Cros (2003: 75) que el docente en la clase utiliza dos grandes estrategias discursivas: "las que tienen una orientación fundamentalmente explicativa, que suelen utilizarse para facilitar la adquisición, la elaboración y la comprensión de conocimientos; y las que tienen una orientación fundamentalmente argumentativa, que suelen encaminarse, por un lado, a actuar sobre los conocimientos y las actitudes de los alumnos, orientando la interpretación y el significado de lo que se enseña; y por otro lado, a generar o aumentar el interés y la implicación de los estudiantes hacia los contenidos y hacia la persona que los imparte."
Sin embargo, de estas dos grandes estrategias es la argumentación la que precede y predomina en la clase porque, según Anna Cros (2003: 53), "la argumentación en el discurso de los docentes está relacionada (...) con la intención de influir en los estudiantes (en sus conocimientos, en sus actitudes, en sus actuaciones) y de generar un clima - basado en la cooperación - que favorezca la buena disposición de los alumnos en clase y ante los profesores y las profesoras". Así pues, la argumentación es una clave fundamental para la motivación del alumnado y su actitud hacia el aprendizaje y los objetos de aprendizaje.
¿Qué consecuencias tiene la importancia de la argumentación en la clase? El libro clásico de la nueva Retórica del siglo XX, el Tratado de la Argumentación de Perelman y Olbrechts-Tyteca (1989) propone que "toda argumentación se desarrolla en función de un auditorio" (pg. 36) y que "para que se desarrolle una argumentación, es preciso, en efecto, que le presten alguna atención aquellos a quienes les está destinada" (pg. 53). Es decir, si la actividad discursiva fundamental de un docente es la argumentación, la atención en la construcción del discurso debe estar focalizada en el auditorio - el alumnado - y se deben utilizar todos "aquellos recursos lingüísticos y no lingüísticos [que permitan] incrementar la efectividad de la comunicación" (Cros, 2003: 24).
Y desde esta lógica argumentativa la clave es pensar quiénes son hoy nuestros estudiantes. Todos formamos parte de una sociedad en la cual conviven, en términos de Alejandro Piscitelli, nativos, colonos, excluidos e inmigrantes digitales y en la cual cada individuo participa de una "dieta cognitiva" determinada; el dilema de la escuela es encontrar las estrategias argumentativas para una nueva clase cognitiva, nuestros estudiantes, que no lee el mundo en el papel, sino que lo contempla dentro de la pantalla.
En este contexto Joan Ferrés (2008: 33) - citado en el vídeo de Piscitelli - propone en su libro La educación como industria del deseo, que "en el ámbito de la educación, el problema no es, pues, tanto de tecnologías cuanto de estilo comunicativo": los educadores, como los publicistas, ganamos si conocemos a nuestro auditorio, si usamos las estrategias y los recursos que nos permitan persuadirlo y convencerlo, si lo motivamos para que participe en la red de información y conocimiento que es el aula, la escuela, la comunidad, la ciudad o Internet.
El uso de las TIC, desde esta perspectiva, cobra sentido si las utilizamos para potenciar el efecto argumentativo de nuestra presencia - corporal y lingüística - en la situación comunicativa que es el aula. No consiste simplemente en utilizar una presentación de diapositivas, sino en medir su efectividad argumentativa como recurso tecnológico; no consiste en pedir que nuestros estudiantes entren en Internet a buscar información para responder ciertas preguntas, sino en valorar si la actividad que proponemos a nuestros estudiantes representa para ellos un valor que los mueva a la actuación - como ya comentamos en una entrada anterior sobre "motivación a través de la actividad".
Enseñar es, sobre todo, un movimiento y la argumentación es nuestra fuerza de arranque, la detonación que provoca que todo el juego de búsqueda, relaciones, reflexión y acción se ponga en funcionamiento.
Referencias
Cros, A. 2003. Convencer en clase. Argumentación y discurso docente. Barcelona: Ariel.
Ferrés i Prats, J. 2008. La educación como industria del deseo: un nuevo estilo comunicativo. Barcelona: Gedisa.
Perelman, Ch. y Olbrechts-Tyteca, L. 1989. Tratado de la argumentación. La nueva retórica. Madrid: Gredos.
Amigo Alejandro, te agradezco
Amigo Alejandro, te agradezco enormemente que hayas comentado esta entrada; ya sabes que, en realidad, un blog es - como todo texto - opera aperta, expectante siempre de comentarios para crecer en significados y ganar vida.
La argumentación ha sido un tema que me ha interesado desde hace años y en relación con diversos ámbitos de la vida, no sólo la actividad académica. Buena parte de nuestras relaciones sociales tienen carácter argumentativo, es decir, intentamos influir por diferentes medios (incluyendo narraciones, ejemplificaciones, instrucciones, etc.) a las personas que nos rodean, bien para persuadirlos o para convencerlos.
En esta entrada quería destacar la importancia de la actividad argumentativa frente a la explicativa, y no me refiero tanto a la argumentación como tipo de texto sino como práctica sociocultural o discursiva. En este sentido, la argumentación no pretende sólo demostrar la verdad lógica de un razonamiento sino también motivar para la acción, y es precisamente esta última función de la argumentación la que me interesa fundamentalmente.
En cuanto a la centralidad del docente o del alumnado, creo que la comparación con el publicista puede ser reveladora: el publicista controla el proceso de producción, pero en realidad en el centro del proceso está el consumidor, sus necesidades, sus intereses y sus gustos. En el caso de la docencia, no es una relación vendedor-publicista-consumidor la que se mantiene, pero sí se plantea que el docente preste atención a las necesidades, intereses y gustos del alumnado y articule su discurso en función de sus estudiantes. Entiendo que esto puede ser problemático y controvertido puesto que se aleja de nuestra tradición, centrada el el profesorado y ajena a lo que piense el alumnado.
En definitiva, la relación educativa no puede estar limitada al docente y los contenidos, como ha sido hasta ahora; faltan muchos elementos importantes: el primero, el alumnado; a partir de ahí, la familia, la comunidad, la red, etc. La relación entre todos estos elementos tiene que ser democrática, de responsabilidad compartida; pero el papel del docente, que es mediador y facilitador en el proceso de aprendizaje, tiene que incluir una potente capacidad argumentativa para poner en marcha el proceso y mantenerlo vivo.
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